Luego de tratar unas 75684 veces de postear algo sin resultado alguno (problemas técnicos con Youtube), en mi paseo diario por sus blogs me encontré con algo bien agradable que me trajo muchos recuerdos.
No sé si conocen el blog de Pedro Genaro, uno de mis favoritos, al que defino un “Animal Planet dominicano” porque en él comparte fotografías excelentes que él mismo toma de animales, plantas y paisajes nuestros, mostrando bellezas que ni sabía que existían aquí.
Hoy Pedro (quien además está de cumple… Felicidades!!!) mostró varias fotos que me hicieron trasladarme a la época en que siendo niña iba al campo de vacaciones…
Mi abuela tenía la típica casa de campo de madera pintada de azul claro y rosado, techada de zinc. El piso de cemento pulido de un color gris casi negro literalmente brillaba de limpio… En la sala, unos muebles rojos y las dos mecedoras con cojines de muchas tiritas de colores, donde se sentaban mis abuelos.
En el comedor de 8 sillas de guano se servían dos desayunos, el primero, bien tempranito que consistía en leche, chocolate, leche con café o té acompañado con pan traído “del pueblo”… Como a las 9:30 se servía víveres (esa yuquita blandita acabada de cosechar) acompañados de huevos criollos. Al medio día rayando servían la abundante comida (por si alguna visita se apareciera a esa hora) con mucho arroz, habichuelas, pollo criollo y mucha ensalada… Ahí, en una mesa de esquina, la tinaja, con el agua (de manantial o pozo) más fresca y dulce que haya probado jamás y ahí mismo enganchados en palitos que se incrustaban en las tablas, unos jarros de aluminio que espejeaban de limpios. En el vasero abuela ponía los vasos de vidrio, rameados, para las “visitas”.
Las habitaciones siempre estaban nítidas, las camas tendidas con sábanas de un olor a limpio eterno y bien “estericaditas” sin una sola arruga. Nadie salía de su habitación sin antes dejarla arreglada.
Afuera, la cocina con su fogón, llena de utensilios que también espejeaban porque a pesar de que se tiznaban, se les brillaba con brillo fino y jabón de cuaba… nunca vi una olla negra ni nada que se le pareciese.
El patio de tierra, ya barrido desde muy temprano, lleno de flores, de crotos, de cayenas, de matas de guayaba y cajuil… Y en una mata de naranja un columpio que me improvisó mi tío aquella vez con una gruesa soga que usaban para amarrar las vacas…
Qué linda era aquella casita donde todo tenía su lugar, todo en orden, todo limpio y cuánto tenían que trabajar las mujeres para mantenerlo así… Largos viajes al pozo, subiendo y bajando lomas con una lata grande, con su redecilla, más cuatro galones más en las manos, viajes a buscar la leña para el fogón y a cortar escobas… Sin contar cuando debían recoger cacao o café, tostarlo y majarlo en un gran pilón donde también se majaba arroz…
Qué linda era aquella casita de la que hoy sólo quedan sus cimientos… Y los recuerdos…
No sé si conocen el blog de Pedro Genaro, uno de mis favoritos, al que defino un “Animal Planet dominicano” porque en él comparte fotografías excelentes que él mismo toma de animales, plantas y paisajes nuestros, mostrando bellezas que ni sabía que existían aquí.
Hoy Pedro (quien además está de cumple… Felicidades!!!) mostró varias fotos que me hicieron trasladarme a la época en que siendo niña iba al campo de vacaciones…

En el comedor de 8 sillas de guano se servían dos desayunos, el primero, bien tempranito que consistía en leche, chocolate, leche con café o té acompañado con pan traído “del pueblo”… Como a las 9:30 se servía víveres (esa yuquita blandita acabada de cosechar) acompañados de huevos criollos. Al medio día rayando servían la abundante comida (por si alguna visita se apareciera a esa hora) con mucho arroz, habichuelas, pollo criollo y mucha ensalada… Ahí, en una mesa de esquina, la tinaja, con el agua (de manantial o pozo) más fresca y dulce que haya probado jamás y ahí mismo enganchados en palitos que se incrustaban en las tablas, unos jarros de aluminio que espejeaban de limpios. En el vasero abuela ponía los vasos de vidrio, rameados, para las “visitas”.
Las habitaciones siempre estaban nítidas, las camas tendidas con sábanas de un olor a limpio eterno y bien “estericaditas” sin una sola arruga. Nadie salía de su habitación sin antes dejarla arreglada.
Afuera, la cocina con su fogón, llena de utensilios que también espejeaban porque a pesar de que se tiznaban, se les brillaba con brillo fino y jabón de cuaba… nunca vi una olla negra ni nada que se le pareciese.
El patio de tierra, ya barrido desde muy temprano, lleno de flores, de crotos, de cayenas, de matas de guayaba y cajuil… Y en una mata de naranja un columpio que me improvisó mi tío aquella vez con una gruesa soga que usaban para amarrar las vacas…
Qué linda era aquella casita donde todo tenía su lugar, todo en orden, todo limpio y cuánto tenían que trabajar las mujeres para mantenerlo así… Largos viajes al pozo, subiendo y bajando lomas con una lata grande, con su redecilla, más cuatro galones más en las manos, viajes a buscar la leña para el fogón y a cortar escobas… Sin contar cuando debían recoger cacao o café, tostarlo y majarlo en un gran pilón donde también se majaba arroz…
Qué linda era aquella casita de la que hoy sólo quedan sus cimientos… Y los recuerdos…
Foto: www.dominicana360.com